24°. ¿Vamos a un telo?
“¿Vamos a un telo?”,
me preguntó, y me quedé muda, mirándolo incrédula. La vocecita en el fondo de
mi cabeza repitiendo como siempre, y cada vez más cansada: esto no te está
pasando, esto no está pasando.
Pero sí, sucedió.
Ayer me enteré, a través de mi amiga que me lo presentó, que el caballero en
cuestión se quiere matar. ¿Qué responderle?
Él estaba recién
divorciado y le pidió a mi amiga que le presentara a alguien. Como que le
habían agarrado las ganas de recuperar el tiempo perdido, de inmediato. Mi
amiga se acordó de mí y le pasó mi mail. Tuvimos un ida y vuelta de correos
interesante y divertido, me invitó un café y acepté.
Con tirabuzón le
tuve que sacar información valiosísima a mi amiga: que aunque recién
divorciado, seguía conviviendo con su ex en un gran caserón. Yo ahí ya quise
cancelar todo, pero me dio cosa y salí. La charla fue buena, un tipo
retrabajador, inteligente, daba clases en la universidad, editaba libros, se lo
notaba buen padre, etcétera, pero a mí no se me iba de la cabeza el detallito
de la convivencia. No sé, algo con aroma a negación. Y ya durante la cena,
saqué el tema. Él sin mirarme casi, me contó que habían dividido la casa en dos
y solo compartían el desayuno y las comidas, mientras trataban de vender la
propiedad. Pero bueno, cuando la bola vino para mi lado y me preguntó por mi
estado civil, qué le iba a decir: the
girl has issues? Soltera hace años, vivo sola, tengo una gata, jamás
conviví, etcétera… Bueno, sí, se lo dije. Pero también agregué: un rasgo de
salud mental es no haberme casado con ninguno de mis ex novios… Y lo creo. Pero
por qué sigo rebotando a ciegas por el mundo de la soltería, dándome cada dos
por tres contra la misma pared, eso ni lo mencioné. Eso es tema para terapia, o
para electroshock. Resumiendo: quién era yo para poner en tela de juicio su
arreglo postdivorcio.
Me invitó a salir
un par de veces más, sentí que había onda, pero con reparos, porque aunque no
podía especificarlo, algo no me terminaba de convencer: tal vez sus
convicciones políticas, su arreglo postdivorcio y cómo manejaba la situación
con sus hijos. Sin embargo, había coincidencias en otros aspectos. Y humor.
Importantísimo. Y como creo que nada es matemático, quise darme más chances de
conocerlo más. No ayudó que en la intimidad la cosa no fluyera mucho. Estaba
con dudas, tenía buena charla, me parecía interesante, pero algo andaba como
forzado. Así que luego de darle varias vueltas al asunto, y como no me gusta
hacerle perder el tiempo a nadie, le dije que aunque me parecía un tipazo, no
quería seguir “saliendo”. Creo que no se lo esperaba y yo acepto que fui
confusa. Pero luego me dijo que era un hombre grande ya y que entendía, que
estaba todo bien. Solo que luego volvimos a hablar, él quería saber más, por
qué, si fue por algo que él hubiera hecho, o que no hubiera hecho. Le dije que
no. Que era yo. El famoso: no sos vos, soy yo. Y era verdad. Era yo la que no
sentía “eso”. Y contra eso no hay con qué darle, por más que el tipo sea muy buen
tipo. Luego de un par de charlas más, me dijo: ok, seamos amigos. Eso no existe
le dije, parecemos adolescentes. Pero insistió, y como yo tengo en mi haber
varios amigos hombres, como el Gran Coppini, o Diego, acepté.
Me invitó a salir
un sábado a la noche, pero como yo no podía, quedamos para el domingo. Quería
llevarme a restaurantes medio elegantes, y eso un amigo no lo hace, y aunque yo
pude haber sido confusa en las primeras salidas, lo que no soy es histérica,
así que lo llevé a la Fábrica del taco, y con ánimos de dividir la cuenta. Le
encantó el lugar, y entre taco al pastor y guacamole me puso al tanto de su
vida: había decidido alquilarse algo mientras se vendía el caserón, arreglar el
tema de sus hijos, etcétera. Sentí que me estaba pasando el parte sobre
aquellas cosas que a mí me habían hecho ruido. Pero luego, nada más. Ni me dijo
qué linda estás, ni intentó tocarme un pelo, ni nada. Y yo ídem. En la forma:
amigos. Era tarde y me llevó a casa, y a unas cuadras de llegar me dijo de sopetón:
“¿Puedo hacerte una pregunta?”. Pensé que venía por el lado de por qué no salir
más, intentarlo, etcétera, así que, desprevenida, le contesté que sí, claro. Él
hizo una pausa y me dijo: “¿Vamos a un telo?”.
Para los que no
saben qué significa: un telo es un hotel alojamiento o de paso, a donde las
personas van a tener relaciones sexuales.
Yo muda, mirándolo,
incomodísima. Me sentí como en una emboscada de la que solo pude escapar
mediante una risa nerviosa. Le respondí que primero no me gustaban los telos y
que segundo no sentía deseos de tener intimidad con él. El caballero dijo: “Ok,
a mí sí me gustan los telos, pero si no querés, todo bien”. Manejó las cuadras
que quedaban hasta mi casa, y yo con ganas de matarlo, pero en vez de cazarlo
del cogote y gritarle: tenés casi 50 años, dos matrimonios, sos un tipo culto,
con mundo, con calle, ¿cómo se te ocurre? Además, si querías ver si había onda,
¿qué tal tomarme de la mano, qué tal tratar de besarme, qué tal tantear si
había algo de agua en la pileta en vez de tirarte de cabeza y a 200 kilómetros por
hora en un clavado fatal? ¿Qué esperabas que te contestara? ¿Que sí?
Pero en vez de
hacer eso, me refugié otra vez en el humor como táctica defensiva y le conté de
cuando grabábamos un capítulo para Conflictos
en Red, en Los jardines de Babilonia, en la habitación Arábiga había una
carroza con colchón inflable tirada por un caballo negro de tamaño real pero de
juguete, claro, medio roto y con ojos raros, y el colchón de agua estaba
pinchado… y todo era sórdido y ridículo a la vez.
Unos minutos
después de haber entrado a mi casa, me llegó un mensaje de texto suyo: “Perdoname
el sincericidio, pero me gustás”. Le dije que estaba todo bien, que no se
preocupara. Pero al correr de las horas y los días me llené de furia. Lo tomé
casi como un insulto. ¿Cómo se le ocurrió? ¿Qué operación mental lo llevó de no
plantear nada a proponer un telo? ¿Es algo que yo emano? ¿Tengo un cartel de
neón rojo flotándome a 10
centímetros del bocho que dice: soy fácil y me encantan
los telos? ¿O fue la pura calentura que lo forzó a ir contra toda lógica y
registro del otro, y en vez de tal vez probar con un beso, fue por la cama y el
service completo?
Registrar al otro,
qué difícil es en estos tiempos modernos.
Besos, Paula, quien
se llama a silencio y a guardarse por un rato…