25°. Insomnio
Anoche a eso de la
una de la mañana algo en mi cabeza hizo “gong” y me desperté. Prendí la luz, mi
gata me miró con odio y se fue a buscar un rincón oscuro. Di un par de vueltas
en la cama pero rápidamente caí en la cuenta de que no iba a poder dormirme.
Uno sabe cuándo el insomnio llega y de qué tipo es: del que te deja idiota pero
despierta, del que te deja lúcida y más despierta aún… El que me atacó fue del
segundo tipo, que generalmente va acompañado como de una especie de motor
mental que no para de hablar y tirar frases y repasar historias y guionar el
futuro. Un vaso de leche caliente no iba a funcionar, y el vino se me había
acabado. Así que prendí la tele. Hice zapping por canales que a esa hora
pasaban infomerciales, documentales sobre universos paralelos, Bonanza, videos
divertidos de animales... Mi plan: no fijar la mente en nada. Pero de golpe di
con una peli que contaba los años jóvenes de Jane Austen y me enganché. Para
cuando terminó, dos horas después, yo estaba moqueando y haciendo hipos…
“Permaneció soltera toda su vida” se leía en letras blancas sobre fondo negro,
al final. Me levanté y me fui al baño a lavar la cara. Tenía los ojos como dos
compotas. Era tarde y no podía llamar a ninguna amiga para hablar. Me puteé:
¡quién te manda a ver esto! Pero el daño ya estaba hecho y yo más despierta que
nunca.
Así que tuve que
hacer lo que había evitado desde que me enterara, casi una semana atrás, de que
el fantasma se había casado. Dos días después de que una amiga me diera la
feliz noticia, y porque las cosas suceden así y Dios no existe, estaba
esperando para cruzar una calle cuando lo vi venir. Sé que me vio, pero no
quise enfrentarlo, qué le iba a decir: ¿felicidades por tu casamiento? Me lancé
a cruzar sin esperar que cambiara el semáforo, por poco me pisa un Scania, pero
valió la pena: escapé. Solo que no se puede escapar por mucho tiempo de uno
mismo. Así que ahí estaba yo, a las tres de la mañana con los ojos rojos y
pensando en nuestra historia.
Cuando había
empezado mi rollo con él, me había autoconvencido de que era solo algo casual,
porque además de ser mi amigo me gustaba, era “para pasar el rato” mientras
aparecía otro. Un año después, yo me había reenganchado y él no. Mi historia no
era distinta a la de tantas mujeres que jugaban a ser Anaïs Nin con cruza de
geisha. Me había convertido en la chica sin rollos y con ropa interior súper hot, pero que en el fondo, lentamente y
casi sin darse cuenta, había empezado a desear más que solo unas horas
robadas.
Pero no se lo dije,
nunca le fui clara, nunca lo agarré, lo senté y le canté: fantasma, quiero todo
o nada. Y no lo hice porque para mí así eran las reglas del juego. Yo era “la
otra”, “la amante”. ¿Qué iba a reclamar? Para armar una historia como esta se
necesitan dos voluntarios que acepten jugar las reglas del juego. El tema es
que este juego casi siempre termina mal. El deseo lo desequilibra todo,
siempre. El deseo dobla las reglas. Uno se engancha más que el otro, el otro
promete lo que no puede cumplir, el otro acepta creer la promesa, espera y se
desespera. O como en mi caso, no hubo promesas, pero sí una esperanza
inútil, sin sentido, casi ridícula. Cuando me vi a mí misma así, no lo dudé:
corté la historia como quien se arranca una curita. Lloré y lloré y lloré y un
buen día dejé de llorar.
Ahora, cada vez que
escucho a una mujer decir que está con un hombre solo por sexo, me da un poco
de risa. Cosas como: yo solo lo quiero para coger, lo veo una vez, dos veces al
mes, nos vemos cuando él puede, solo es para eso, sin compromisos… ja. (Es un
ja triste, ¡que conste en actas!) Tal vez al principio puede que así sea, no lo
niego. Pero las mujeres estamos constituidas de manera distinta a los hombres.
Y aunque la ciencia haya avanzado un montón, todavía no hay evidencia clínica
de lo que a estas alturas ya se debería haber descubierto: que nosotras tenemos
el corazón unido a nuestra c…, a la parte sur de nuestra anatomía. Y si nos
gusta un tipo, nos gusta cómo nos hace el amor, nos gusta la charla después del
amor y la cucharita, eventualmente, nos vamos a enganchar con ese tipo. A
enamorar. Digámoslo de una vez.
¿Qué hacer
entonces? La lógica indicaría que mejor no entrar en este tipo de rollos. Pero
la lógica se va por la ventana cada vez que entra la cama.
Lo primero es
reconocer que una se enganchó. Basta del verso “soy libre y puedo lidiar con el
rol de la amante”. No. Si tenés una autoestima por encima del 0,01, a la larga,
vas a sufrir como marrana y vas a querer más. Lo segundo, cortar con esta
historia ya. Aceptar que aunque le gustes, no te quiere para algo más que para
un par de veces al mes, porque no puede, porque no es su momento, porque no le
gustás tanto, porque los hombres son diferentes con su testosterona o por lo
que sea. Pero más importante que los porquénopuedeél, mejor pensar: si
querés amor, pareja y la mar en coche, ¿qué estás esperando encontrar ahí donde
no hay? Si tenés sed, ¿por qué insistir en buscar agua en un pozo vacío? No hay
agua. Esa puerta no se va a abrir. Ni siquiera hay casa. No existe la quimera
que fabricaste. (Y este es un mensaje para los hombres que leen esto y están en
una situación parecida: Caballeros, a no ser egoístas, si ven que la mina se
reenganchó, que les hace reclamos, que está pasándola para el orto mientras
ustedes se van a dormir con sus parejas y sus mentiras, suéltenla. Dejen ir a
esa mujer).
Pero volviendo a mi
noche de insomnio: mi fantasma se había casado. No debería importarme, ya había
pasado bastante tiempo, no nos habíamos visto más, cada uno había hecho su
vida… pero igual me jodía. Me dolía. ¿Pero por qué? ¿Por qué, para qué había
estado con él? ¿Había sido amor? Si pudiera volver el tiempo atrás, ¿qué haría
diferente? ¿Por qué no era yo la que se había casado con él? ¿Por qué no me
eligió a mí? ¿Por qué él se casó y yo sigo con mis citas
demenciales? Pensamientos inútiles tal vez, pero cuando la mente se
desboca, no hay quien la pare... Pero de golpe, y recordando a mi terapeuta,
pude ver un patrón: la reincidencia, y de eso, amigos, me hago responsable.
Antes del fantasma hubo otros fantasmas, no muchos. Hombres parecidos,
inaccesibles, hombres que no me iban a “elegir”. Qué palabrita esa. Aceptar que
sufrís de esa palabrita cuesta tanto como tragarse un ladrillo entero.
Observando el momento previo a engancharme, a la luz del insomnio desvelado,
pude entrever que ya de movida no eran material para una relación. Es decir, me
busqué lo que quería encontrar: nada.
De repente oí la
voz de mi terapeuta gritándome, la pude ver parada en el medio de mi
monoambiente: “¡Ojo con la profecía autocumplida! ¡Mejor concentrate en vos,
averigua quién sos, qué querés, qué te gusta, y dale para adelante!”.
Eran ya casi las
cuatro de la mañana cuando me dije: Paula, de ahora en más aceptá solo lo que
realmente querés. Y si estás con muuuchas ganas, hay unos artilugios a batería
que operan maravillas…