26. Dulce y amargo
Amigos, estoy en
México. En el vuelo, o mejor dicho en las nueve horas de escala que hice en el
aeropuerto de Lima (sí, nueve horas… jamás me pidan consejos turísticos) medité
si contactar a mi antiguo “amor a la mexicana”, el que no había sido…
Finalmente decidí enviarle un mail avisándole que iba a estar en México por
varios meses, pero que en todo caso, yo lo llamaba a él… Me respondió como
siempre, sin entender: “Nos vemos pronto”.
Y lo vi pronto.
Fuimos a tomar un
café. Después de tanto tiempo, ahí estaba él. Ahí estaba yo.
Nos miramos en
silencio. Seguramente reparó en mis arrugas así como yo reparé en sus entradas
y canitas. El tiempo pasó, me dije para mí. Hablamos de todo un poco, de mi
trabajo, de su trabajo, del tiempo, del tango, etcétera, etcétera… Y como
siempre, eso que estaba ahí, seguía ahí. Ahora más apagado, más sordo, más…
calmo, pero todavía brillando al final de la mirada.
Y de golpe me vi
diciéndole: tengo algo que confesarte, tal vez te enojes. Escribí un blog y lo
van a publicar, y en él, entre muchas historias, cuento la nuestra. Me preguntó
por qué, qué había para contar. Yo le contesté con el título del blog: “Soltera
serial”… Y él se rió.
Le aclaré que era
mi versión y que me gustaría que la leyera. Me pidió detalles, avances,
adelantos.
Entonces abrí la
válvula y salió todo junto. No como un reclamo, sino como… no encuentro la
palabra. Y eso que hubieron montones de palabras, algunas suaves, nostálgicas,
otras como por ejemplo: no entendés a las mujeres. No te entendí a ti, Paula.
Por algo vos te estás separando de tu pareja y yo escribiendo un blog…
Pero por debajo de
las palabras, fluía otra cosa. Dulce y amarga a la vez. El reconocimiento de
que hubo un sentimiento, llamémoslo “amor”, (aunque esa palabra me asusta un
poco) pero de que a su vez, ya se nos había pasado el momento. Habían pasado
los años.
Le dije: fuimos dos
tontos. Y él sonrió.
Claro que él tenía
su versión de los hechos y yo la mía. Pero a lo largo de la charla, se fueron
pareciendo cada vez más. Empezamos a coincidir en algunas partes. En otras no.
Él me confesó que jamás me hubiera dicho: quédate por mí. Yo le dije: me
hubiera encantado oírlo. Él: jamás lo dije, ni se lo voy a decir a nadie,
porque es una responsabilidad enorme. Yo: al menos hubiera sido bueno
escucharlo. La escena bella, linda. De esas que aunque no sirvan para nada, te
hacen bien… Te ayudan a seguir. A confiar.
La oportunidad
desperdiciada. El camino no tomado. La puerta no abierta. ¿Qué hubiera sucedido
si hubiéramos actuado distinto? No sirve perder el tiempo en el pasado.
Ahora somos amigos
nuevamente.
Al despedirnos, nos
abrazamos y besamos en la mejilla. Y por una fracción de segundo… pero no.
El tiempo pasó, y
este tren se nos fue.
Irremediablemente, suena
en mi cabeza el tango “Dos fracasos”… dos
fracasos que se amaron y partieron y olvidaron y hoy se miran asombrados de
morder la realidad… en la voz de Podestá y por la orquesta de Miguel Caló…