63°. Deby y Alex y mi última noche en NY
Era mi último sábado en New York, yo sentada
a la barra de mi bar preferido, el barman sirviéndome un trago de despedida
para paliar mi tristeza, inventado especialmente para mí, de color amarillo y
rojo, ni muy dulce ni muy amargo. Perfecto. Una pareja apostada cerca se
interesó por los shots que compartíamos con el barman (porque por cada uno que
me servía a mí, él se bajaba otro), y así acabamos brindando los cuatro. No
recuerdo bien cómo (tenía yo ya varias copas encima) terminé hablando con esta
pareja sobre “la pareja”. Ellos no lo eran. Se habían conocido en la
adolescencia, Debby era unos años más chica que Alex, encandilada por un tipo
más grande que se iba a la universidad, habían tenido un romance loco y hermoso
que, por lo que pude deducir, terminó porque él quiso. Hicieron sus vidas
lejos, ella se casó y tuvo una hija, ahora estaba divorciada. Él tuvo parejas,
pero nada quedó. Años después, se habían reencontrado. Debby vivía en
Manhattan, Alex en Los Ángeles, y mantenían una especie de affair a distancia.
Se notaba por el lenguaje de sus cuerpos que se gustaban, re calentaban, y que
había algo ahí. ¿Vieron cuando ves a dos juntos y decís: estos van, ensamblan
bien? Bueno, así. También se notaba que ella estaba más disponible que él.
Debby quería un hombre con el que envejecer juntos, como sus padres, que
estaban festejando las bodas de platino o algo así. Él, según sus propias
palabras, era un eterno Peter Pan con terror al compromiso. Estaba festejando
sus casi cincuenta años ese sábado. (Brindamos por eso también!) Tampoco sé
cómo pero de golpe me encontré dándole consejos amorosos, yo! Básicamente: el
problema del amor es que la gente quiere que sea eterno, para toda la vida. A
priori no podés decir: esto es para siempre. Porque para siempre no existe.
Podés elegir día a día a una persona, y la suma de esos días te dan 5 años o
50. Y si agarrás a un eterno Peter Pan y le venís con eso de para toda la vida,
sale corriendo por la primera puerta que encuentra. En ese momento, Alex me
aplaudió y gritó fuerte en el bar: amo a esta mujer! Pero no le gustó tanto
cuando cité el episodio de Seinfeld en el que dice que muchos tipos son como
los que van en la autopista y ven un motel buenísimo ahí nomás, en la salida
que tienen al lado, pero que quieren seguir probando y andando, a ver si más
adelante hay otro motel mejor, distinto, nuevo, otro. Zanjé citando mi propio
libro (acá me hice la escritora consumada, ja!) y les dije que para mí el amor
era en cuanto tenía sentido, y que cuando dejaba de tenerlo, mejor terminar la
cosa. También agregué esto: que el amor hace que la vida sea mejor de lo que
es, y que cuando la vida se te pone difícil, hace que no lo sea tanto. Y que
por eso es importante. Que no lo dejaran pasar si tenían algo bueno entre
ellos, porque la vida es nada, se te pasa de largo en un segundo. Brindamos
otra vez y ellos se despidieron porque tenían que ir a la fiesta de la película
Suicide Squad... Él era uno de los productores! Se me atragantó el shot a medio
camino. Había estado dándole consejos a este tipo sin saberlo. Cuando se
fueron, nos miramos con el barman y sonreímos. Él me dijo: son buena gente. Yo:
ojalá lo logren, que ella deje de soñar con el para siempre y él deje de
escapar. Me miré en el espejo de la contrabarra. Días atrás había puesto fin a
una relación, había mirado al tipo a los ojos y dicho: vos no sos lo que yo
necesito para mi vida, no me hacés bien. Ahora, estaba soltera otra vez.
Terminé mi shot, el barman me tiró un beso y me fui. Me quedé pensando en Debby
y Alex, espero que estén por ahí, juntos. Y también en el barman, en Nathan.
Pero esa es otra historia.